Jul 19, 2005 - Dónde me he metido?

Queridos amigos,

Me vais a perdonar por decirlo así, pero sin haberlo querido ni buscado, ya sé donde queda el culo del mundo. Pues ni más ni menos que aquí, en Tajikistan. La verdad es que esta afirmación no debe asustarnos. No lo neguemos, casi ninguno de nosotros (ni yo mismo) sabia que existía este país antes de que yo viniese por esta zona y lo pusiese en mi recorrido (no intento resultar pedante ni pretencioso, que quede claro) así que eso...

Pero como explicarlo? Cómo se puede llegar a esta conclusión tan drástica?

La entrada al país nos da la primera pista de donde nos estamos metiendo. Salimos del burocrático, organizado y asfixiante Uzbekistán, para entrar en el anárquico, dejado y cutre Tajikistan. Los serios edificios de aduanas de Uzbekistán dan paso a containers y barracas de las aduanas y policías tajikos, en un lado de la carretera. En mitad del campo. Detrás de estas, bajo unos árboles, vemos las literas donde duermen... Ni una palabra de inglés. Ni el esfuerzo de decir welcome. Por no tener, no tienen ni sello de fecha de entrada al país. Si esto es normal...

La primera ciudad que encontramos nos da mas pistas de donde estamos metiendo. Pendjikent. Dos hoteles. Uno viejo, arcaico y a 20 dólares por cabeza, ni locos. Otro mugriento, sucio, guarro, sin baños (bueno, sí, un agujero en el suelo, oliendo a establo de la mierda acumulada durante meses (o son años?) en una pequeña barraca a 50 metros detrás del "hotel") pero a 7 dólares, así que... no volvemos al otro, hagamos de tripas corazón, durmamos y larguémonos cuanto antes.

Noche y seguimos camino. Autobús de hace lo menos 40 anos. Asientos de metal. Miradas de perplejidad en la gente. Guiris en este autobús? Estarán equivocados? Para qué van a Artush? Y más cuando la carretera hasta el pueblo fue arrasada por la crecida del río el pasado 11 de junio. (Claro que de esto tampoco nos enteramos cuando el conductor nos dijo que si que iba a ese pueblo. El ruso no lo hemos perfeccionado demasiado y el tajiko (aunque como el farsi de Irán) mejora, pero no tanto como para enterarnos de todo). Asi que nos dejan a 6 kilómetros. Ahora reconstruyen el pueblo (algunos edificios todavía enterrados en lodo y guijarros hasta el primer piso) y construyen la nueva carretera, antes de que lleguen las nieves. Caminamos 1 kilómetro, mochilas al hombro, hasta un punto donde la antigua carretera sigue en buen estado y nos llevan en 4X4 al refugio de montaña, donde no han visto un turista este ano todavía... Y no hay electricidad. Ni ducha. Y nos bañamos con agua del río. FRIO!

Y subimos a las montañas... increíbles. Nieves en las cumbres. 5000 metros. Y silencio. Oímos algún alud del deshielo. Lagos color verde esmeralda. Y comemos pan (robado del desayuno) frutos secos, chocolate y fuet (gracias Maite! Qué bueno!) Y agua...

Y vemos nómadas. Todavía. En las montanas. En yurtas, pobres, parcheadas. Viviendo para sobrevivir. Subsistencia. Pieles quemadas por el sol. Ojos rojos. Nos piden aspirinas. No habrán visto un médico en anos. En nuestra excursión al lago nos cruzamos con muchos. En sandalias o botas de agua, por caminos en los que nos cuesta tener agarre con nuestras súper botas de marca. Cruzando valles con burros (a donde nos dijeron que iban se tardan 7 horas) para buscar leña. Para el fuego. Para cocinar. Y mientras, en las yurtas, las mujeres aguardan. Y nos saludan según pasamos. Y nos ofrecen yogurt al bajar de la montaña. Y los niños flipan. Y nos miran con ojos pasmados, de sorpresa, alegría y fascinación. Y exploran cada milímetro de nuestras ropas, equipos y mochilas como quien no haya visto a alguien foráneo en meses... En invierno descienden de estos valles, pues la nieve llega hasta allí. Con sus cabras, burros y bártulos. Lejos del gélido frío. Y así cada verano. Y cada invierno. Nómadas. Eso es.

Y nos vamos tras dos días. En el mismo autobús. Y nos saluda alegre el conductor. Pensará, están vivos! Y lo cuenta al resto del autobús, que nos sonríe. Nos dejan en Ayni. En el cruce de carreteras (y dedos) para ver si con suerte cogemos algo que nos lleve a Dushanbe. Taxi, coche, camión, autostop... lo que venga! Son solo 165 kilómetros. Cómo puede ser que la guía diga que se tardará 6 horas?

Fácil. Los huecos en este país tienen trozos de carretera. O es al revés? La carretera principal norte sur. Ni la peor carretera en Galicia es peor que esta. Una pista forestal con trozos de asfalto. Que no exagero! Algún coche. Algún camión. Tenemos suerte a la hora de espera. Un Seat Toledo (ole! Como cono habrá llegado hasta aquí?) privado con dos plazas libres atrás nos lleva como señoriítos, pero pagando, of course, aquí nada es gratis, y mucho menos si eres guiri. Pasamos por gargantas profundas, valles peligrosos, puertos de Montana a 3372 metros (claro que no en bicicleta, como los dos guiris que vimos, chapeau por ellos!) Parece que las subidas no tienen fin. Y subimos. Y seguimos subiendo. Parece que tocaremos el cielo, como poco. La carretera ya no es carretera, solo una polvorienta pista llena de huecos en los que, en algunos, entraría un coche entero... Pasamos por nieve, hielo, (en Julio!) antes de la bajada... Y el polvo acumulado en la bajada, de los baches, de las curvas, casi no deja ver. Suerte de la iniciativa privada en este país. Decenas de puestos de limpieza de coche (manguera, cubo y esponja) aguardan para dar color a los coches nuevamente. Por 1 dólar. Así sí. Y si, tardamos 6 horas al final. Por suerte hemos llegado vivos. Pero molidos. Nos espera Dushanbe, la capital.

El mochilero Sam (GB), un chico veinteañero de guaaays (nota del escritor: favor de leerse con acento pijo) que hemos conocido en el hostal donde estamos, dice que si viajar en este país fuese fácil, pues que ya no seria cool, no seria guay, vaya, que perdería todo su encanto... No estoy de acuerdo, en absoluto, es demasiado irrespetuoso, fácil y guay decir esto. Pero está claro que por el momento viajar en este país es lo más difícil que viajar ha llegado a ser para mí nunca... y lo que queda todavía por delante...

 

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