Jul 27, 2005 - Y al frente, Afganistán... 

Tajikistan es un país hecho polvo. La verdad es que nada ayuda. Es la ex-republica soviética más remota, más inaccesible, más montañosa de todas. La que más ha sufrido desde que se declaró independiente hace un poco más de diez anos. Claro que la guerra civil por el poder no ayudo mucho. Solo acabo hace tres anos. Y todavía el país se tambalea. Pues Rusia salió del país y lo dejo desnudo, sin ayuda. Y aquí no hay dinero para reparar carreteras, ni poner electricidad en los pueblos, ni para reparar el sistema de agua corriente que había antes y que tras los rusos se dejo de mantener por falta de dinero. Y la gasolina que llega es casi toda adulterada. Y los coches se estropean cada dos por tres y nada funciona como lo hacia. Y el transporte publico es casi algo de lo que no se ha oído hablar. Y quien se quiere mover sin restricciones tiene que alquilar un coche (jeep) privado... Y en el fondo, hay añoranza por los tiempos en que pertenecían al gran bloque ruso, porque entonces había educación, sanidad, infraestructuras... En fin, este es el país que nos hemos encontrado.

Y todo esto se exagera mas en la zona de los Pamires, las montanas que ocupan el 47% del país y concentran el 3% de la población. Pues aquí las carreteras son meras pistas forestales, los generadores eléctricos no han llegado a los pueblos, y el agua se sigue cogiendo de pozos o, en la capital de la región, Khorog, de fuentes en las calles. El agua corriente es un lujo y bañarse una frivolidad. Con cubos de agua caliente nos hemos tenido que lavar durante días. Bueno, cuando hemos tenido suerte.

Después de estar tres días enfermos (yo sobretodo) en Khorog tras comer algo malo en la capital (segunda caída en dos semanas), partimos con un 4X4 privado a hacer la ruta de los Pamires, uno de los puntos más interesantes, a priori del viaje, pasando por el Wakhan Valley, recorriendo el río Panj, que delimita la frontera con Afganistan. Allí estaba, a 50 metros, ese país tan "malévolo", tan "peligroso", tan bello, desde este lado. 400 kilómetros a lo largo de la frontera... ni talibanes ni nada vimos. Que rollo. Eso sí, desde la carretera (perdón, desde la deteriorada pista forestal) teníamos unas vistas impresionantes de la cordillera Hindu Kursh: montanas de cinco y seis mil metros, nevadas, brutales, espectaculares.

Tardamos tres días en hacer la ruta. Dormimos en pequeños pueblos en el camino, en casas de gente. Homestays, que le llaman. Duermes en la casa de la familia, con ellos, si bien en una habitación separada. Super interesante, porque ves bien como vive la gente de verdad. Como la mujer es una esclava de la casa. Como el padre de familia es el único que come con los invitados, mientras las mujeres preparan la cena, las habitaciones, nos recogen la comida... Y alucinan como cuando les pedí que me dejaran hervir un arroz blanco para Anna, que se encontraba mal del estomago. Porque soy hombre y entre en la cocina. Y sabía utilizar un puchero. Y dar vueltas con la cuchara. Aunque yo también flipé, pues nunca había cocinado sobre una cocina con fuego hecho con leña, en pucheros de hierro, es toda otra técnica!

La cena en el suelo, sobre una mesa de 30 centímetros de alto. En el mismo lugar que tras cenar, dormimos. Allí no tienen muebles y la misma habitación sirve para comer, dormir, estar, jugar, leer... El único mueble, un armario para guardar la vajilla, algunas fotos, y algún pequeño objeto de valor. Sirve para ver la sencillez y pobreza de la vida allí. Que sigue una vida de subsistencia, realmente. Los $7-8 dólares que pagamos por persona son un gran aporte para esas familias. Que estamos en pueblos de mil, dos mil habitantes donde no hay ni un restaurantito. Ni bar. Un escaso supermercado tiene lo básico más básico para comprar. Y donde los médicos no tienen ni jeringuillas para utilizar cuando un turista tiene fiebre alta y necesita una iñección para bajarla (suerte que nosotros viajamos con ellas)

Así viven y así lo vimos. Aunque disfrutamos enormemente de su hospitalidad, amabilidad, esfuerzos por agradarnos y complacernos en la medida de lo posible, con lo poco que tenían. Como cuando mataron la única gallina que tenían para hacernos un caldo de pollo y patatas (aunque luego estuviese dura y huesuda como pocas...). Como cuando la única lámpara de aceite nos la dejaron a nosotros para poder ver algo en la habitación (aunque veíamos mas con nuestras linternas...)

 

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