Sep 13, 2005  + 14 de tren... hasta Xining!

Hartos de China. Así estamos. De sus ciudades sin gracia. De sus gentes maleducadas. De su sosería general. De la cultura que no encontramos. De... de muchas cosas.

Así que hemos decidido aparcar la ruta de la seda. Si, se acabó el seguir ese trayecto (dejaré el titulo de la web por cuestiones afectivas) Así que hemos decidido irnos para abajo, para el sur, que supone que nos vamos directitos a Tibet a ver si nos hartamos de ver templos budistas, buen rollo y gente más cercana y afable.

La puerta de entrada a nuestro paraíso: Xining. Capital del Estado de Qinhai. Cerquita, a casi mil kilómetros. 

Y en marcha. Pero lejos de bajar, subimos. Y mucho. Subimos desde 1.100 metros sobre el nivel del mar al que nos encontrábamos en las dunas de Dunhuang a los 3.650 metros del primer puerto de montaña que pasamos, a las dos horas, así como quien no quiere la cosa. Y la cabeza te empieza a doler y sabes que es eso que se llama mal de altura.

Pero no pasa nada, porque ya bajamos rapidito. Y llegamos a Golmund, tras 8 horas de autobús por un paisaje de altiplano desértico (que en cierta manera y salvando las distancias nos recordó a Tajikistan) en un autobús todo lo cómodo que puede llegar a ser (como casi todos en China) con parada incluida de media hora para deglutir nuestros queridos noodles (y tiempo suficiente de constatar que el baño de la estación de autobuses es, sin lugar a dudas, el sitio más putrefacto en el que hemos ido a hacer nuestras necesidades). 

Sin nada que nos ate a Golmund, ni siquiera el nombre, salimos zumbados a la estación para intentar coger el tren que nos lleve a Xining, cosa que conseguimos con facilidad increíble. Claro que donde se agotan los billetes son en tercera clase, los baratos de verdad, los que puedes comprar para viajar 14 horas de noche sentado en un asiento compartido con otras tres personas cuyo respaldo es de madera (pero, eso sí, el asiento mullidito) Nosotros que vamos de pijos (según estándares locales, of course) nos pillamos en literas de segunda, compartiendo no-compartimentos (sin puerta) con seis personas más. Estábamos de gracia. Camas anchas, no muy duras y mantas de puta madre (perdón). Y solo dos personas más (eso sí, que ensucian y guarrean todo como 4) Lastima que somos impacientes y cenamos (fruta y salchichas artificiales de mejor-no-saber-de-que-están-hechas) pues pasaron carritos con delicadeces como patas de gallina, pollo asado y bandejitas de verduras rehogadas con cerdo y arroz (lo dicho, que aquí les mola comer bien!) Y dormimos muy bien y no nos roban las maletas (claro que prudente-paranoicamente atadas con candados a las patas de la litera, resulta complicado) Llegamos cuando toca a la capital, a Xining, por la mañana, medio dormidos y descansados.

Una ciudad en la que, de repente, nos encontramos bajando del tren entre tibetanos, monjes budistas, chinos, chinos musulmanes (mas morenitos y con gorrito blanco, ellas, of course, tapaditas pero con pantalones -?-) y otros inclasificables, entre los que no se encuentran ningún guiri. No es difícil, estamos entrando en zonas que ni siquiera salen en la Lonely Planet...

Y la cabeza que duele. Estamos a 2275 metros sobre el nivel del mar. Una ciudad de 2 millones de habitantes (ojo al dato: Trevelez, 1.476 metros de altura, es el pueblo mas alto de España) en donde están todos juntos pero no revueltos. Por favor cada uno en su barrio. 

Pero para nosotros es la ciudad más ciudad en que hemos estado. Y podemos hacer recados y comprar cosas que nos faltan. Y ver edificios casi bonitos. Y comer en buenos restaurantes (cosa, que por presupuesto, no hacemos con exceso, tan solo un día un pato Pekín grasiento como pocos...) Y hoteles limpios y baratos... 

Empieza bien nuestra aventura tibetana...

 

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