Oct
5, 2005 - Chengdu, una ciudad china de verdad En
el fondo, las ciudades chinas, las de verdad, no son tan malos sitios para
estar. Digo las de verdad, esas que tienen 4 o 5 millones de habitantes (es
decir, mogollón en China) no los pequeños pueblos que han sido colonizados y
ampliados por los Han (la raza mayoritaria de China) multiplicando su población
de tal manera que pasan de ser pueblos a ciudades en los mapas en cuestión de
meses. Eso, por desgracia, es lo que nos veníamos encontrando hasta ahora,
bueno, hasta que hemos llegado a Chengdu, capital de la provincia de Sichuan,
famosa por su comida picante y por los osos panda que venden a los zoos de
todo el mundo. Y
es que veníamos de zonas poco desarrolladas, en las que las ciudades han
crecido desmesuradamente en los últimos anos. Ciudades pasticho, hechas a
trancas y barrancas, sin estilo, sin gracia, sin planificación. Y son
ciudades en las que crees que tienes de todo porque las ves como modernas,
crees que puedes ir a correos a enviar una caja sin pasar problemas, o comprar
billetes en la estación fácilmente o preguntando a la gente encontrar los
sitios. Crees que estas en una ciudad de verdad. Pero no. Y eso es lo que
choca. "Ciudades" que han crecido a un ritmo infinitamente superior
al de la mentalidad de la gente. En la que coches conviven con carros. En los
que en restaurantes de lujo se tiran los huesos de la carne al suelo. En los
que los carteles están en inglés cuando nadie, nadie, lo habla. Y
claro, al llegar a Chengdu nos sorprendemos. Porque es una CIUDAD. Una mera
capital provincial, aunque ya es más grande que la capital de estado español
(osease, Madrid) Nos sorprende por su limpieza, orden, tranquilidad y casi si
me apuráis belleza (aunque eso creo que nos lo parece por comparación con
las "ciudades" de segunda que hemos estado viendo hasta el
momento...) Pero las cosas funcionan de verdad. Están en su sitio. Los
edificios están limpios, la mayoría nuevos. Grandes rascacielos en el
centro. Y las calles limpias, que parece que no reciban papeles. Y en todas
las calles hay carriles bici. Enormes, puesto que hay cientos de bicicletas
que los recorren. Y en los semáforos, conscientes de si mismos y de como son,
han puesto vigilantes, que silbato y banderola en mano (cual linier) intentan
(con bastante éxito) que la gente respete el semáforo rojo (aunque les joda
en el alma) Y te das cuenta que no oyes escupir. Y piensas por un momento que
si has dejado de estar en China o que. Porque
además tienes lujos de viajero. Como tiendas donde al pedir una talla Large
te entienden. Y restaurantes con menús en inglés. Y supermercados como los
conocemos en Europa... y puestos, hasta Carrefour (del que damos cumplida
cuenta y que se merece una crónica especial, si tuviera tiempo...) Y como no.
Miles, millones diría yo, de tiendas donde comprar todo lo que necesitamos
(aunque encontrar desodorante fue, creedme, extremadamente complicado)
Consumismo a tope. Y enormes centros comerciales donde pasar horas, días
(ellos, que nosotros tenemos que hacer turistadas). Y MacDonalds (me confieso,
fui una vez) y Hagen Dazs (también confieso que solo fui una vez,
desgraciadamente, porque la economía del backpacker no soporta gastar 6 dólares
en un helado de dos bolas más de una vez al mes). Y
entonces pasan tres días y te das cuenta que no has visitado ninguno de los
tres o cuatro templos que se supone que hay en la ciudad o el centro de cría
de osos panda que hay en las afueras (en ciudades así las sabanas se pegan
mas de lo habitual y levantarse a las 6 de la mañana es poco menos que
imposible) o unas montanas alrededor de la ciudad... Te das cuenta que te has
dedicado a disfrutar de la ciudad no a visitarla. Y piensas que de eso se
trata y te quedas tranquilo (yo por lo menos) y al día siguiente coges un avión
para ir a Lijang, para seguir visitando el país, visitando los pueblos. |